CARTA DE RAMÓN CARRILLO A LA COMISIÓN INVESTIGADORA DEL GOBIERNO ILEGÍTIMO DE PEDRO EUGENIO ARAMBURU 28 de noviembre de 1955
CARTA DE RAMÓN CARRILLO A LA COMISIÓN INVESTIGADORA DEL GOBIERNO ILEGÍTIMO DE PEDRO EUGENIO ARAMBURU, DEMOSTRANDO LAS MENTIRAS DE LAS QUE FUE ACUSADO.
Belem do Pará (Brasil), 28 de noviembre de 1955
Señor Presidente de la Comisión Investigadora
De mi consideración:
Con referencia a las publicaciones dispuestas por el señor presidente que me han llegado recién a este confín amazónico, me tomo la libertad de formular las siguientes observaciones:
1º) El valor de 3 millones de pesos asignado a mi propiedad de Adrogué es exagerado; ignoro el propósito de divulgar una cifra tan astronómica.
Yo pagué por la quinta, casa-habitación, incluso pileta, noventa mil pesos ($ 90.000), más una hipoteca de ciento ochenta mil pesos ($ 180.000) con el Banco Hipotecario Nacional, a 30 años, que amorticé mensualmente. El precio que pagué concuerda con la tasación efectuada por los técnicos del Banco Hipotecario Nacional, sobre la cual me acordaron el préstamo.
Cómo, dónde y a quien compré la propiedad está explicado en mi "declaración jurada" de bienes, presentada poco tiempo después de entrar al gobierno, declaración que en su oportunidad fué publicada por los diarios. Las considerables mejoras introducidas a la vieja y ruinosa casa que adquirí, y que mejoré en el curso de los años, se consignan en mi declaración de bienes ante el Escribano Mayor de Gobierno, cuando dejé el cargo de ministro en julio de 1954. Existen detalles sobre las "mejoras" en mi declaración anual de réditos, donde presenté las facturas de todo lo invertido en la quinta, año por año.
Si bien han transcurrido muchos años desde que yo adquirí esa propiedad, y si es cierto que los bienes raíces se valorizan vertiginosamente en estos últimos tiempos, considero que aun computando todas las mejoras 1a propiedad no puede tener un valor tan considerable, como afirman los diarios haciéndome aparecer como un "príncipe" archimillonario.
En cuanto a los "finísimos" muebles de lujo, creo que el cronista ha abusado de la terminología. La casa sólo tiene muebles en los dormitorios y en una galería vidriada. El resto de la casa no tiene muebles. En cuanto a los muebles de los dormitorios son de los que se usan en el campo, estilo provenzal y "pintados" porque son viejos.
Dejo constancia que todavía adeudo gran parte de las mejoras; que sigo con mi deuda hipotecaria y que debo más del 80 por ciento del valor de los lotes anexos que forman parte de la quinta y que pago en cuotas mensuales. Los datos concretos figuran en la Dirección General Impositiva y deseo hacer las aclaraciones y ampliaciones que se consideren necesarias para apreciar mi estado patrimonial, que por supuesto no es holgado y mucho menos la de un millonario como suponen las malas lenguas que durante años me han difamado. Se tendrá la más curiosa de las sorpresas y se podrá comprobar, por fin, cómo después de 26 años de cirujano y 8 de ministro no tengo la situación de un colega de esa antigüedad, a pesar de mi especialidad quirúrgica que siempre fue muy lucrativa.
2º) Los cuatro pacientes que vivían en mi casa disponían de dos dormitorios, comedor y cocina propia, es decir, tenían confortable alojamiento, buena alimentación y quien se ocupara de ellos.
Estos pacientes formaban parte de un grupo que tenían que ser dados de alta y que no poseían familiares que se hicieran cargo de ellos. Incluso fueron dados de alta, pero no se hizo efectiva hasta que yo los tomé bajo mi protección. Eso ocurrió cuando inicié el plan de colocación familiar; cuando el hacinamiento en los hospitales psiquiátricos era terrorífico, como se consigna — por pura casualidad — en el informe sobre Josefina Baker, que usted también mandó publicar, donde digo que en Buenos Aires teníamos en el hospital [hoy Borda] 4.200 enfermos y sólo 1.200 camas para hospedarlos. Los demás, como era notorio en el ambiente, dormían en el suelo, en los corredores y en sótanos insalubres. Mientras se terminaban las construcciones que resolverían el problema tomamos medidas drásticas, entre otras, dar de alta al mayor número posible de enfermos crónicos, que estuvieran "muy mejorados" y con aptitud para la vida familiar. En los casos en que los familiares no quisieran hacerse cargo de ellos, lo que desgraciadamente era la regla, autoricé a colocarlos entre los vecinos del pueblo, ciudades próximas o en la Capital Federal, entre funcionarios, empleados y gente de buena voluntad, de acuerdo al sistema de otros países y que, en el Uruguay, donde yo aprecié "de visu" el método, daba excelentes resultados. La familia donde se colocaba el enfermo asumía la responsabilidad de su alojamiento, de su alimentación y de proporcionarles trabajo y quehaceres domésticos, quedando a cargo del Ministerio proveer la ropa. Un diputado de la oposición destacaba el sistema de colocación familiar en sus libros y presentó un proyecto de ley sobre la materia.
Los pacientes que me tocaron en suerte no tenían obligaciones ni trabajos impuestos. Hacían su voluntad, por lo cual jamás quisieron volver a su situación anterior. Tenían las puertas abiertas y el frente de la casa no tiene ni rejas ni alambrado. Podían irse cuando quisieran; sin embargo, jamás ni lo intentaron. Ayudaban en pequeños menesteres y eran tratados de acuerdo a sus aficiones. Uno de ellos sufría, entre otras cosas, de veleidades "artísticas". Le proporcionábamos materiales para sus obras escultóricas de cemento (no de madera como se dijo); los temas eran los personajes del momento, las águilas imperiales, las mesas de color, obras que luego, discretamente hacíamos desaparecer por ser impresentables, procediendo con delicadeza para no ofender al autor, muy susceptible como todo artista.
Uno de sus trabajos que jamás osé retirar fue el busto de mi persona, al que se refirieron ciertos diarios como si se tratara de una obra de Rodin. Si lo retiraba agraviaba al autor y hubiera perdido su confianza para toda la vida. Cada vez que lo visitaba me llevaba a contemplar el busto, encontrando él detalles del "parecido" conmigo, y señalando los golpes maestros de su técnica; pero, evidentemente el busto era más bien la imagen verdadera, del pitecantropus erectus y no la mía. Pero el "maestro" me "veía" así y nada pude intentar contra este dogmatismo estético.
3º) Que mis protegidos andaban con ropas inadecuadas. Quien conoce esta clase de pacientes sabe que es imposible imponerles normas de vestir. Solo uno, el artista, prefería ropas comunes los otros exigian y les gustaba ropa de fajina. En la carta sabre Josefina Baker me refiero a la ropa de los enfermos en los siguientes términos, que aclaran todo por sí mismos: "La crítica principal (refiriéndome a los hospitales de alienados), es que los enfermos andan sucios o faltos de ropa. Justamente este es uno de los problemas universales de este tipo de servicio médico, pues a los pacientes es imposible tenerlos uniformados, pues debido a sus delirios se sacan los trajes, los dan vuelta y agregan prendas anti-reglamentarias. Son — agrego — desprolijos y las ensucian en pocas horas. Habría que tener un celador por enfermo, lo que es imposible aun en los sanatorios privados, especialmente cuando los pacientes realizan tareas manuales y caminan por un jardín tocando plantas y tierra".
4º) Que no se les pagaba. La técnica aconseja que en la colocación familiar los pacientes no deben recibir dinero. Comprobé personalmente los inconvenientes, pues cuando les entregué dinero salieron de fiesta y volvieron en malas condiciones; en otras oportunidades los robaron amigos circunstanciales con quienes, además, se dedicaban a jugar.
El mismo fenómeno de indisciplina perjudicial para la reeducación se produjo en los hospitales desde que implantamos un peculio o jornal para estimular el trabajo. Para evitar la perturbación que trae el dinero en manos de ellos, establecimos por decreto que el 50 por ciento se reserve para la familia, si la tuviera, y el resto se lleve en cuenta oficial para cigarrillos y otros pequeños elementos de satisfacción personal.
5º) Tiempo antes de renunciar, en razón de mis tareas oficiales, dejé de concurrir a Adrogué y personas de mi familia tuvieron que hacerse cargo de los enfermos; para subsanar eso, designé dos personas como celadores, a quienes, estando ya fuera del país, fueron trasladados a un establecimiento; pero algún tiempo después, a su pedido, volvieron, pero comprometiéndose a renunciar; y tengo entendido que cumplieron. Yo los acepté con el solo compromiso de cuidar la casa y mis cuatro pensionistas. No tenían ninguna otra obligación.
6º) La experiencia de Alemania y Estados Unidos prueba que el 40 al 60 por ciento de los enfermos mentales crónicos puede trabajar previa reeducación. Y que es posible pagar con su trabajo su propia asistencia y manutención. El trabajo bien dirigido remodela la personalidad del paciente y lo convierte, además, en un ser útil. El peor enemigo de los establecimientos es el ocio crónico de los enfermos, que conduce a toda clase de perversiones, especialmente sexuales. Contrariamente a lo que ocurre en los países más adelantados en esta técnica, en nuestros hospitales sólo del 6 al 8 por ciento eran aptos para el trabajo, contra el 40 y 60 por ciento que se menciona en Alemania y Estados Unidos. Como ministro desarrollé este tema en el Primer Congreso de Asistencia de Alienados, organizado por sugestión mía en la ciudad de La Plata.
Solicité sin éxito, a la Oficina Sanitaria Panamericana, técnicos en laborterapia. Finalmente, con el asesoramiento de dos especialistas nuestros, adoptamos una resolución organizando este trabajo, pero no se cumplió porque era muy teórico y muy general. No se explicaba bien el "cómo se hace", el detalle práctico al alcance de los celadores y de los que realmente conviven con los enfermos. Hacía falta un manual concreto y práctico adaptado a nuestra realidad, a nuestro medio y costumbres. Y esto no era nada sencillo.
Resolví hacer el trabajo personalmente, como era mi norma en todos los problemas fundamentales del Ministerio. No podia ir a vivir a los establecimientos; entonces, hice venir a los enfermos hasta donde yo vivía, acompañados de un celador; y dos o tres días por semana pasaba horas enteras con ellos. Vinieron al principio brigadas de Open Door, por dos veces, constituidas por enfermos "aptos para el trabajo". Rendían el 90 por ciento en relación con un obrero normal (cien por ciento). Pero allí no estaba mi problema. No los pedí más, pues habían sido bien clasificados: sin reeducación alguna, trabajaban tanto como un sano.
Este grupo número uno no constituía un problema. Pedí que, en cambio, me mandaran los "semi-aptos" o "ineptos" que estaban en Buenos Aires, donde prácticamente el 100 por ciento de los internados figuraban como ineptos, lo que no podía ser. Inicialmente los del grupo número dos no rendían más del 1 al 15 por ciento en relación con un obrero normal. Con reeducación llegamos a obtener de ellos un rendimiento del 75 al 80 por ciento en relación con el 100 por ciento del obrero normal.
Lo más importante del experimento es que encontré el hilo de "cómo se debía hacer"; encontré el "tratamiento adecuado" para una rápida reeducación; la técnica o "know-how", las reglas generales y especiales para cada caso y tipo de enfermedad; precisamos la conveniencia de los períodos de descanso y actividad, la profilaxis de los estados de excitación o depresión, los factores de productividad, el criterio para el descarte de los realmente ineptos, los "tests" de rendimiento, etc.
En base a mi experiencia personal en Adrogué fui adoptando medidas en los establecimientos de la repartición, tales como asignar los mejores dormitorios a los que trabajaban, estímulos al enfermo empeñado en aprender, con cigarrillos, golosinas, pequeños jornales; organización de brigadas por especialidades, teniendo en cuenta las aptitudes de los enfermos; construcción de los talleres-escuelas del Hospital Psiquiátrico, que ocupa el 25 por ciento del establecimiento; reacondicionamiento de nuevos talleres en todos los establecimientos, etc. Para esta tarea conté con la entusiasta y humanitaria ayuda de los celadores y personal administrativo, con los cuales pensaba formar la Escuela de Laborterapistas, y cuyo edificio dejé en construcción. [N. d. E.: el mismo se mantuvo por cincuenta años sin terminar y, tras lograrse declararlo inutilizable, fue demolido.]
En pocos años, del 6 al 8 por ciento de aptos se pasó al 40 por ciento, es decir, que sobre un total de 15.000 internados teníamos 6.500 trabajando, en lugar de 800 ó 1.000 de antes. Comprendí que era posible llegar al 60 por ciento o más si disponíamos de personal especialmente entrenado. Desgraciadamente a pocos médicos pude interesar en este problema; pero justifiqué que así ocurriera, pues la tarea requiere otro tipo de técnico, dedicado enteramente y con mucho tiempo disponible, del que carecen generalmente los colegas.
Demostré en la práctica experimental y en su paulatina aplicación general que era exacto lo que yo afirmaba en mis publicaciones, es decir que "en los casos donde no es posible la curación clínica (casos irreversibles) era posible llegar a la curación social por readaptación a la vida familiar, rehabilitación por el trabajo o reeducación por arte o por aprendizaje de una técnica." Pero una cosa es hacer esta afirmación teórica y otra "instrumentarla" para que sea realidad en la práctica. Solo siendo ministro pude realizar esta experiencia y beneficiar a toda esa multitud de seres humanos apilados como bolsas en los establecimientos, consumiéndose en la ociosidad y en el vicio, de donde los he sacado.
Nadie puede abandonar ahora el camino que yo he abierto, especialmente los que saben porque me han visto trabajar; ya que el enfermo mental no es un ser total y definitivamente perdido para la sociedad.
No podía estar explicando a cada chismoso cuáles eran mis ideas y propósitos y recibí, naturalmente, críticas malevolentes. Nunca oculté estos trabajos y se los expliqué a quien quiso escucharme. Era público y notorio. Muchos observadores superficiales pensaban que yo aprovechaba de los enfermos, sin advertir que las más de las veces me ocasionaban perjuicios en su aprendizaje. Basta confrontar, por ejemplo, los miles de árboles que plantaron, de acuerdo a las facturas que obran en mi poder, y los miles que se perdieron por errores de procedimiento. El acto técnico más simple y que al mismo tiempo requiere más criterio es el de plantar, trasplantar o podar. Eran mis "tests". El que aprendía eso bien, luego podía aprender cualquier oficio a gran velocidad.
Vuelvo finalmente a mis cuatro enfermos. Cuando me fui del país no los quise abandonar y corriendo los riesgos de retorcidas interpretaciones, los retuve en mi casa y a mi costa. Pude haberlos devuelto a su situación anterior; pude reinternarlos; pude alquilar la quinta y desentenderme de ellos. Pero no podía hacerle eso a mis amigos después de tantos años; y quedaron allí de dueños de casa, sin pagarme pensión, pues me era suficiente con su afecto y su misterioso agradecimiento que se percibe como un resplandor entre las nubes de sus mentes obscurecidas.
Rogándole me tenga por presentado y disponga se agregue esta nota a los actuados, salúdalo atentamente.
RAMÓN CARRILLO
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